martes, 5 de abril de 2011
ASTROLOGIA HORARIA-PREDICTIVO
Astrología y cuadros psicopatológicos
May De Chiara
Alejandro Lodi
Este trabajo fue elaborado a partir de una investigación realizada en colaboración con las psicólogas Eliane Btesh y Gabriela Galland para el seminario Psicopatología del curso Psicología para Astrólogos.
Fue presentado en el 10° Encuentro entre Astrólogos organizado por Gente de Astrología-GeA en junio de 2006, obteniendo el “Primer Premio Excelencia Astrológica”.
Nuestro punto de partida consiste en el cuadro con que la psicología tradicional presenta y clasifica los desequilibrios psíquicos, concentrándonos particularmente en las más severas: las denominadas «psicosis».
Intentaremos ensayar algunas hipótesis acerca de su correspondencia con los indicadores astrológicos que hacen referencia a la dimensión transpersonal de una carta natal.
¿Qué es la psicosis?
Nuestro trabajo trata acerca de la estructura más grave dentro de la psicopatología: la psicosis.
Esta estructura es radicalmente diferente de la neurosis y de la perversión. Se trata de los cuadros que tienen menor grado de estructuración psíquica. Es decir, refieren a las estructuras más frágiles y con sus complejos psicológicos (sus puntos de fijación) localizados en un período más temprano que en otros cuadros psicopatológicos.
En efecto, los puntos de fijación en la psicosis son pre-edípicos. Por eso, el grado de estructuración es menor, porque en la psicosis el principio de realidad va a estar desintegrado y va a haber cierta pérdida de unidad del yo, de las funciones del yo. En términos clásicos, en la psicosis el superyó nunca llegó a conformarse como una estructura fuerte y hay un esbozo de yo fragmentado. Aquí la predominancia la tiene el ello.
Vamos a ubicar, en primer lugar, dónde está el conflicto en la psicosis. Si en la neurosis, el yo está avasallado por el ello, la realidad y el superyó, aquí el conflicto se da directamente con la realidad. Así, ante una frustración del mundo exterior, el ello cobra predominancia, avasalla al yo y éste se desconecta de la realidad.
Precisamente, la psicosis representa un cuadro gravísimo porque se pierde el contacto con lo real. Los psicóticos producen una realidad nueva, que tiene que ver con los síntomas principales de la psicosis: los delirios, que es una construcción de una realidad nueva, y las alucinaciones, que es la percepción de una realidad nueva.
Ahora bien, ¿qué cuadros psicopatológicos están incluidos en la psicosis? La paranoia, la psicosis alucinatoria y la esquizofrenia. Además, vamos a incluir (por su gravedad y la desestructuración que representa, aunque no es una psicosis clásica) la psicosis maníaco-depresiva o, trastorno bipolar.
Hagamos una aclaración. Vamos a analizar “cuadros patológicos” y no “rasgos de carácter o personalidad”. Aunque la psicosis es un cuadro grave, eso no significa que cualquier persona no pueda sentirse identificada con un síntoma aislado de esa estructura, o que no posea como rasgo de personalidad alguna conducta o característica que ubiquemos en el cuadro. Así, en la cultura aparecen los rasgos de carácter “paranoico” o “delirante”, y eso es material compartido con el cual podemos identificarnos “desde nuestra neurosis”, es decir, desde un yo más estructurado, un yo que puede darle un sentido a la experiencia, o –en términos más astrológicos- un centro de identidad solar que puede organizar la experiencia sin que el síntoma lo desestructure. Por eso es importante diferenciarlo del cuadro psicopatológico de la psicosis.
Paranoia
Técnicamente, en la paranoia el punto de fijación está localizado en la etapa narcisista de la libido. Podríamos decir que hay una problemática con el yo, pero no es una patología narcisista que tenga que ver con “la imagen que doy a los demás”, sino que hay un yo que se empieza a postular como centro.
Como dijimos, en la psicosis hay un conflicto con la realidad por el cual el sujeto empieza a delirar. Sin embargo, la paranoia representa un cuadro de menor desconexión con la realidad, ya que se trata de un tipo de delirio que lo une a los demás. Si bien en las otras psicosis hay delirio, aquí es el síntoma principal y el delirio resulta más sistematizado, más organizado.
La paranoia es una de las psicosis menos desestructuradas porque todavía hay un yo que opera en el mundo y que guarda alguna conexión con la realidad.
En la paranoia hay una manía de interpretación, es decir, que el paranoico descifra todo: un ademán, una puerta entreabierta, una sonrisa, un sueño. Lo que caracteriza este cuadro son estos dos indicadores: la certeza y la autorreferencia.
.- Respecto a la certeza. El paranoico no duda de lo que interpreta. Por ejemplo, llega a la casa y piensa que la mujer “lo está engañando con otro”, y aunque encuentra a la mujer sola, o no la encuentra, está seguro de lo que cree. Una persona neurótica dudaría. En la neurosis siempre existe un margen de duda, mientras que el psicótico tiene certeza, y esta certeza es inconmovible.
.- Respecto a la autorreferencia. El paranoico interpreta que todo lo que ocurre refiere a él. Por ejemplo, siente que “el comentario de un periodista por televisión” refiere a él, que ese periodista “le está hablando a él”. Esto puede convertirlo en alguien muy peligroso, porque nunca se sabe qué puede interpretar. Como no está conectado con la realidad, tiene un pensamiento muy personal y original que resulta imposible de deducir.
El delirio más común es la «celotipia». Se trata de “una situación amorosa de dos” que se convierte en “una situación amorosa de tres”, en donde uno de los miembros de la pareja tiene la certeza de que el otro le es infiel sin tener ningún indicio cierto o cuando esto no ocurre en la realidad.
Otro caso es el «delirio erotómano». Se trata de la persona se siente amada por un personaje famoso. El erotómano pasa por distintas fases: fase de esperanza de que eso suceda, fase de despecho y luego fase de rencor.
También existe el «delirio reivindicativo». Se relaciona con el “discurso jurídico” y aquí el sujeto está esperando “que se le repare un daño que le han hecho”. Son personas capaces de sostener causas judiciales años y años, y lo logran justamente por estas características de certeza y autorreferencia.
El «delirio místico». Tiene que ver con aquellos que creen ser convocados para una tarea sagrada, que son llamados a ser profetas, y que deben que aguardar el momento de ocupar ese lugar que les está reservado. El delirio místico se suele dar en fases posteriores del desarrollo de la vida, donde el sujeto puede compensar y por eso puede no resultar tan conflictivo y disolverse.
Psicosis alucinatoria
Es una psicosis más grave, porque aparece más temprano. La paranoia en general es una estructura que se desencadena después de los 30 o 35 años. La psicosis alucinatoria es de más temprana aparición y, además, el sujeto está más a merced de lo que le pasa. El yo es más débil y desestructurado.
En este sentido, es clave destacar que el diagnóstico de una psicosis no se establece por el síntoma, sino por el grado de estructuración del yo. Toda persona puede presentar rasgos psicóticos, porque están en la cultura y todos nos identificamos con rasgos psicóticos y neuróticos. La diferencia está en el grado de estructuración del yo. Por ejemplo, estructuras con un yo que ha podido atravesar las etapas de la libido y sepultado el complejo de Edipo, son estructuras más equilibradas, más organizadas, pueden soportar una crisis sin desestructurar todo el psiquismo y hacer eclosión sólo en un área de la vida (por ejemplo, la pareja).
En el cuadro de la psicosis alucinatoria no solamente hay delirio, sino que hay cuadros de alucinación. El sujeto escucha voces, percibe que le transmiten pensamientos o que le leen el pensamiento, se siente a merced del otro, etc. Hay una situación más pasiva que en la paranoia, y el sujeto percibe cosas que no logra entender qué significan.
Es una psicosis con más angustia y las alucinaciones pueden ser visuales, olfativas o gustativas, pero lo que las caracteriza es que tienen un toque bizarro. Estos cuadros son más desestructurantes, y si bien existe también delirio, el delirio cobra aquí un matiz fantástico de pensamiento mágico o primitivo.
Esquizofrenia
Es el cuadro más grave de la psicosis, porque la aparición es aún más temprana. Este cuadro se caracteriza porque hay un proceso de desintegración de la personalidad, que también se llama «disociación autista de la personalidad». Esquizo, significa “división”. En todas las estructuras hay disociación, pero en la psicosis esquizofrénica llega a su máxima expresión.
El sujeto está emocionalmente fuera de la realidad. No existe contacto alguno, ni por medio del delirio, ni por medio de la alucinación. Retira toda su libido y puede permanecer estático y sin hablar, durante mucho tiempo. Si bien en el psiquismo humano siempre existe una disociación entre lo conciente y lo inconsciente, aquí el grado de disociación es máximo. ¿Qué es lo que se disocia? Lo emocional, disocia del cuerpo y de la mente. Aparece un cuerpo y una mente, sin emoción. El sujeto está indiferente, sentado, sin hablar. Pierde total contacto con la realidad y lo que se puede observarse es un vacío emocional, visible en su cuerpo: su cara tiene una expresión de mueca, de ausencia de todo sentimiento, está rígido, robotizado, sus movimientos son bruscos, no responden a la situación que está viviendo.
En la esquizofrenia el sujeto está absolutamente desconectado. Es un paciente más robotizado. Su lenguaje también es estereotipado, y puede haber mutismo. No responde a las consignas, puede invertir las partes de las palabras, inventar palabras que no existen. Es el caso de los autistas. Se disocian de la emoción. Incluso hay que alimentarlos porque no comen. Pueden golpearse la cabeza, son peligrosos para sí y para otros. No tienen control sobre sus actos.
Este es el único cuadro en el que, aún existiendo recuperación, queda afectado el pensamiento, el lenguaje y lo emocional. En los demás cuadros, el sujeto puede pasar la crisis y retornar a una “normalidad”. En cambio, en la esquizofrenia hay deterioro hasta la dementización. Antiguamente este cuadro se llamaba «demencia precoz», porque se dementizaba el paciente y por la aparición temprana que tiene. Puede aparecer hacia la adolescencia temprana. El cuadro con mejor pronóstico es la «esquizofrenia paranoide», porque a través del delirio el psicótico se vincula. Freud decía que el delirio es un intento de vinculación, un intento de restablecer un lazo y de curarse.
Algo importante que ocurre en la esquizofrenia es que se pierde totalmente la unidad del psiquismo. Desde el punto de vista astrológico, parece como si cada planeta funcionara por su lado, y por eso se habla de cuadro de «personalidades múltiples» o «esquizofrenia». Es una especie de disociación múltiple de la personalidad.
Psicosis maníaco-depresiva o trastorno bipolar
El trastorno bipolar clásico es un trastorno grave y no hay que confundirlo, por ejemplo, con una ciclotimia leve. El cuadro del trastorno bipolar se llama «circular», porque se caracteriza por tener ciclos. Tiene dos polos, un polo maníaco y un polo melancólico. Pero se habla de enfermedad cuando ocurre un episodio y el otro. Un maníaco es melancólico y el melancólico es maníaco, es una polaridad.
Empecemos por el «polo melancólico» o, como se lo reconoce actualmente, «depresión». No es la depresión que uno usa en el lenguaje común y que se caracteriza por el trastorno del humor. En la melancolía, hay una baja de energía, hay una disminución de energía disponible. Se caracteriza por una inhibición de las funciones psíquicas (el lenguaje, la atención, la memoria, la percepción, etc.) y de la actividad motora. El sujeto va lento, no tiene fuerza. Todos estos cuadros se presentan con trastornos somáticos (cefalea, fatiga, dolores musculares, hipocondría) y si aparece una enfermedad es aceptada con naturalidad.
Un punto importante es que en la melancolía existe un dolor moral: sentimiento de indignidad, autoreproches y culpa. Esto representa un plus en relación a la depresión común. El sujeto se culpa por todo, se siente carente de todo valor, se menosprecia, no tiene fuerza, tiene una sensación de anestesia afectiva, todo le da igual. Tiene una tristeza profunda por todo, casi no habla, no puede mantener la atención mucho tiempo. En general, no puede sostener el esfuerzo mental en ningún tipo de función psíquica.
Por eso el cuadro es muy grave, y puede incluir intentos permanentes de suicidio. El sujeto puede no comer, no dormir o dormir mucho. La melancolía es la depresión más grave.
Por su parte, el «polo o fase maníaca» se presenta después de la melancolía, como una fase de liberación de energía, de liberación de pulsiones. Aquí se levanta la represión y por eso resulta el opuesto del polo anterior. Hay un estado de hiperexcitación de las pulsiones psíquicas. En lo motor, el sujeto está agitado, no puede parar de moverse, está eufórico, se siente pleno, con proyectos múltiples, con alta excitación sexual. Puede fumar y beber en exceso, no dormir en absoluto.
En el pensamiento, pueden presentarse muchas ideas a la vez, una asociación rápida, una idea atrás de la otra, recuerdos fluidos que no cesan. Puede estar disperso en la atención porque, en realidad, “está en lo suyo”. El pulso está alterado, aunque el sujeto siente que está plenamente lúcido. Esta sensación de afluencias de ideas le hace sentir que está “pensando mejor y más que antes”.
En definitiva, el sujeto se siente expansivo, eufórico, optimista. En relación a lo somático, adelgaza, no duerme, tiene hambre y sed todo el tiempo.
La mirada astrológica sobre la psicosis
Como introducción, podríamos atender a que el común denominador de todos los casos presentados es que en ninguno de ellos existe una estructura básica y elemental del yo suficientemente desarrollada, donde lo emocional, el comando de las funciones psíquicas y la relación con la realidad funcionen como un todo coherente.
La funciones psíquicas representadas por los planetas personales no pueden coordinarse, carecen de un orden estructural. No hay un coordinador de la personalidad. Y estas funciones quedan alteradas: el pensamiento se altera (Mercurio), la vincularidad queda alterada (Venus), la acción queda alterada (Marte), la capacidad de síntesis y de dar sentido de vida queda alterada (Júpiter).
Sin embargo, tengamos en cuenta que este centro coordinador maduro y sólido (Sol) no nace sólo, sino que emerge de la elaboración del principio lunar y saturnino, esto es, de haber atravesado una estructura lunar que lo contuvo, lo nutrió, y permitió su crecimiento, y que luego supo desarrollar la capacidad saturnina de discriminarse de lo simbiótico, saber postergar deseos y aceptar los límites de la realidad.
En el psicótico esta elaboración básica no ha sido llevada a cabo.
Si prestamos atención, lo que terapéuticamente se trabaja en estos casos extremos es la posibilidad de construir a su alrededor una estructura Saturno-Luna capaz de contenerlo: puede ser una institución, el psicólogo, el acompañante terapéutico, la musicoterapeuta, la foníatra, la rehabilitadora, la familia, etc.
Es decir, se requiere construir todo un marco artificial para contenerlo y protegerlo del daño que pueden provocarse, tanto a sí mismos como a los demás. Existe un riesgo de daño personal y para otros, y entonces es necesario este marco contenedor y demarcador de la realidad.
Ahora bien, ¿qué profundidad podríamos darle a nuestro encuadre astrológico?
En principio, en astrología los planetas simbolizan funciones que resultan indispensable cumplir para que un sistema se desarrolle en forma saludable. De este modo, considerando que cada sujeto representa un organismo, los planetas simbolizan aquellas funciones biológicas y psíquicas que hacen a un correcto desarrollo como individuos.
Sin embargo, a efectos de la comprensión de los cuadros psicopatológicos, es clave distinguir entre planetas personales (incluyendo a Júpiter y Saturno) y planetas transpersonales.
Las funciones de los planetas personales (incluyendo a Júpiter y Saturno) hacen a la estructuración del sistema del yo. Así, organizados en un mandala, esos planetas simbolizan las funciones psíquicas internas que permiten la constitución del yo y su desenvolvimiento en la interacción social.
- Funciones planetarias constitutivas del yo -
Pero sabemos también que hay otras funciones planetarias, que no están al servicio de la constitución de un yo personal, y que incluso parecen pretender desorganizarlo.
En este sentido, los planetas transpersonales parecen simbolizar funciones vinculadas a generar la posibilidad de que este sistema estructurado en un yo sea sensible a realidades de otro orden y entonces pueda responder a aquello que está más allá de la experiencia individual y personal. Así, los planetas transpersonales cumplen funciones de trascendencia, expansión e integración con el universo.
Es muy ilustrativo referirnos a estas funciones transpersonales como trans-saturninas, porque de inmediato nos sugiere que están “más allá de Saturno”, esto es, más allá de la ley de la forma, más allá del límite de las estructuras conformadas.
De esta manera, por definición, los planetas transpersonales (“trans-saturninos”) simbolizan funciones que, en principio, son desorganizantes de la forma establecida. Y es clave considerar que desorganizan la estructura conocida para que el sistema sea receptivo –o se revele- a formas o dimensiones que están más allá de la forma cerrada.
Aplicado al proceso de estructuración del yo, esta función de los planetas transpersonales encierra un atractivo y un peligro: el atractivo de la expansión más allá del yo, y el peligro por la desorganización del yo que esa expansión puede implicar. Dicho de otro modo, simbolizan el atractivo de la trascendencia espiritual y el peligro del desequilibrio psíquico.
- Funciones planetarias trascendentes del yo -
En verdad, es fundamental discriminar que los cuadros de psicosis parecen representar reacciones de sistemas que no han llegado a desarrollar un yo integrado, antes que la desintegración de un yo previamente conformado. Y esto quizás pueda marcar una diferencia entre neurosis y psicosis: en la primera existe un yo estructurado que se desordena, mientras que en la segunda no se ha llegado a desarrollar una estructura psíquica sólida.
Entonces, nuestra hipótesis sería que la psicosis es una reacción patológica a la energía transpersonal, un desequilibrio que produce el contacto con lo transpersonal y que revela la ausencia de una estructura psíquica capaz de responder a ese contacto.
En verdad, esto pone de manifiesto que para acceder al contacto con lo que está más allá del yo, resulta imprescindible y necesario -aunque parezca obvio- haber desarrollado y estructurado un yo.
Porque si el contacto con lo que está más allá del yo -esto es, con lo transpersonal- ocurre antes de haber desarrollado una personalidad madura, esto será irremediablemente desbordante.
La clave del pulso Saturno-Júpiter
Otra hipótesis que podríamos elaborar es que aquellas estructuras muy sensibles a lo transpersonal son también más sensibles a caer en cierto desequilibrio, si antes no han sabido (o no han podido) organizar un yo maduro y estructurado.
De modo que esta frontera que marca Freud en su clásico cuadro de psicopatologías no es otra que la frontera saturnina.
Esa frontera, en realidad, es un límite que comunica dos dimensiones. No es un dique que debe defenderse de lo transpersonal, que debe evitar el contacto con lo transpersonal, sino que es un puente que comunica con lo transpersonal.
Por lo tanto, ese límite debe tener una doble cualidad: ser protectivo de la estructura del yo y, al mismo tiempo, de alguna manera permeable y habilitador de la experiencia transpersonal.
Podríamos decir que, en realidad, la función saturnina debe saber aliarse con la jupiteriana y viceversa, y que cuando esto no ocurre el sistema se desequilibra. Esa frontera es una modulación saturnino-jupiteriana, entre aquello que necesita ser conservado (un yo estructurado) y lo que necesita ser receptivo al misterio (el anhelo de trascendencia espiritual).
Entonces, para animarnos a acceder a lo que está más allá de lo personal tiene que haber sido desarrollada una estructura de personalidad madura. Esto explicaría por qué los desequilibrios que ocurren antes de completarse el primer ciclo saturnino -esto es, antes de los 28 años- resultan más críticos y de un pronóstico más reservado, respecto a los que se producen después.
Al mismo tiempo, ¿cómo podría distinguirse si se está en contacto con lo transpersonal o en delirio psicótico, si se está en contacto con lo sublime o disociado de la realidad?
Aquí cabe una hipótesis. Si quien comunica la experiencia pretendida como transpersonal, actúa excesivamente centrado en su yo, podríamos levantar sospechas de patología. Es decir, es posible tener la percepción de entidades sutiles, pero si yo traduzco este contacto con lo sublime y numínico como “un mensaje que la Virgen María me dio respecto a una particular misión que tengo que comunicar a los demás...”, es probable que el yo se haya inconscientemente apropiado de un contacto transpersonal. ¿Por qué? Porque el protagonista de la experiencia transpersonal no es el yo, sino la cualidad transpersonal en sí misma.
Y esto es algo que delata con mucha precisión lo apropiado o inapropiado del contacto con lo transpersonal. Si hay un yo que cree estar protagonizando la experiencia, podemos sospechar un desequilibrio. Y esto se vincula con la característica autorreferencial que ya fue descripta al analizar la paranoia.
En principio, la sensación de protagonismo ya resulta inapropiada para el contacto con lo transpersonal. Lo transpersonal remite al misterio. Que una experiencia resulte transpersonal significa que no puedo tener certeza racional de aquello que sea exactamente lo que estoy percibiendo. Estamos en contacto con el misterio.
En realidad, nunca podremos saber con absoluta convicción y certeza qué es Urano, qué es Neptuno y qué es Plutón. Por su propia naturaleza, no podemos saber de modo definitivo qué representan esas cualidades, porque su función es comunicarnos con lo universal, con lo que está más allá del entendimiento y –poniéndolo en astronómico- fuera de los límites del Sistema Solar.
En este sentido, Urano, Neptuno y Plutón son el nexo del Sistema Solar con el resto de la galaxia, tienen la paradójica función “dentro del sistema” de comunicarnos con lo que está “fuera del sistema”, y recordarnos nuestra pertenencia al Cosmos.
Los planetas transpersonales y los tipos de psicosis
Pero, ¿cómo podemos vincular a los planetas transpersonales con los tres cuadros de psicosis que presenta la psiquiatría clásica? Exploremos entonces estas posibles correspondencias.
La paranoia y la psicosis alucinatoria parecerían responder a un desequilibrio respecto a la cualidad neptuniana. Claro que cabe el interrogante: ¿qué es la alucinación? ¿lo generó mi mente o es una forma sutil que efectivamente percibí?
Por ejemplo, en estado de meditación lo que se percibe no está generado por la mente del individuo, en el sentido que su percepción coincide con la percepción de todos aquellos que practicaron la misma meditación: todos percibimos el mismo estímulo auditivo, todos vimos algo parecido, cierto resplandor, luminosidad, etc... Es muy poco probable que se trate de una imagen generada por la mente, sino más bien de un estado de percepción alterada que abre niveles de mayor sensibilidad. Desde esta sensibilidad expandida es capaz de registrar aquello que ya está presente, pero que no es perceptible con la sensibilidad de nuestro estado ordinario de percepción.
De este modo, el delirio y la alucinación representan una deformación de lo neptuniano, una traducción incorrecta de aquello con lo que el estímulo sensible de Neptuno permitió entrar en contacto. Neptuno no tiene la función de provocar confusión o generar alucinaciones, sino la apertura sensible a la percepción de otro orden de realidad.
Por ejemplo, gracias a Neptuno yo puedo percibir el déficit o la carencia de amor que mi pareja está teniendo. Pero, si esto lo traduzco como “entonces tiene un amante” (delirio celotípico) estoy interpretando de un modo incorrecto lo que percibí correctamente; es decir, estoy construyendo una interpretación incorrecta de una percepción correcta. También podríamos decir que por no contar con una estructura de personalidad suficientemente madura, la percepción de una situación objetiva (“falta amor en mi pareja”) se traduce en términos muy lunares, en extremo personales y subjetivos (“quiere a otro, no me quiere más a mí”).
Por su parte, la esquizofrenia tal como fue comentada, como este corte abrupto entre emociones anuladas por un lado y el cuerpo y mente por el otro, se corresponde con una distorsión de la cualidad de Urano.
En realidad, Urano no es esto. Urano es la experiencia de la libertad y creatividad del universo, la posibilidad de percibir que, en realidad, estoy protegido en lo abierto y estoy contenido en lo libre, que no necesito cerrarme en formas definitivas para sentirme protegido.
Urano propone una experiencia de difícil aceptación para lo humano: estar abierto a que cualquier cosa puede ocurrir y que no hay forma de “reducir a cero” el riesgo. Esto es intolerable para el yo que intenta proyectarse hacia el futuro con cierta previsibilidad.
De este modo, la esquizofrenia parece una reacción extrema a este grado de incertidumbre que anuncia la cualidad uraniana. Representa una reacción de corte o pérdida definitiva de contacto con la realidad, que deja en evidencia lo intolerable que resulta participar de ella siendo consciente de esta imprevisibilidad existencial.
Por último, la psicosis maníaca-depresiva se caracteriza por “picos de subas y bajas”, donde aparece la culpa, la pulsión, la impotencia y la omnipotencia. Todo parece relacionarla al contacto con la cualidad de Plutón.
En verdad, la conducta que busca culpables está delatando la incapacidad de ese yo para sostener el dolor de la experiencia. Plutón es la función que nos permite reconocer la presencia del dolor como constitutiva de la realidad. Sin embargo, la búsqueda de culpables indica la no aceptación de que el dolor forme parte de la realidad, sino que “el dolor debe tener un responsable, es un error, una falla deliberada”. Buscar un culpable del hecho doloroso, delata la fragilidad con la que se está expresando la función saturnina y que lleva a que la persona no pueda sostener la intensidad plutoniana que ese acontecimiento está proponiendo.
Como conclusión, podemos decir que teniendo una presencia importante y enfatizada de transpersonales en una carta natal resulta clave desarrollar tonicidad saturnino-jupiteriana, para poder elaborar aquella desorganización que, por su propia función, los planetas transpersonales tienden a promover.
En cambio, recurriendo al mandala de planetas personales, podríamos decir que las neurosis y las perversiones más habituales resultan más accesibles a la conciencia y que, por lo tanto, representan las patologías características de lo que podríamos denominar «dimensión personal».
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