jueves, 12 de septiembre de 2013

LA PAZ INTERIOR

El ser humano siempre está buscando la felicidad y el bienestar a la vez que huye y detesta los problemas, miedos y tristezas que lleva dentro, y no se da cuenta de que la felicidad hay que encontrarla donde está el problema, o sea, dentro. Por mucho que queramos distraernos con todo lo que se nos ocurra, solo conseguiremos aplazar por un corto tiempo el sufrimiento de los problemas porque éstos siguen dentro, sólo cuando se observan y se aceptan sin meterse en ellos es cuando se transforman en felicidad. Por ejemplo, podemos tener un problema serio en el trabajo pero (aun estando en casa tranquilamente) cuanto más pensemos en él más preocupación, agobio o tristeza nos causará. Sin embargo, si lo traemos desde la memoria y lo observamos imparcialmente y sin emitir juicio ni entrar en él para nada, lo estaremos haciendo frente sin crear nada negativo en nuestro interior y, por tanto,  estaremos dando pie a que la influencia benéfica del Alma o Yo superior nos llegue.
Esto es una forma de meditar, hay quien medita para buscar un cierto estado de felicidad para luego quedarse en él todo el tiempo que pueda. Pero eso no soluciona los problemas a no ser que se transformen y solucionen en sentido de la forma, o bien que se observen atentamente para luego dejarles marchar y así hasta que desaparecen como influencias negativas, esto es, desde la posición del verdadero Yo u observador de la mente. En esta clase de meditación no es necesario hacer nada (posturas, respiraciones, etc.) es más, es necesario “dejar de hacer” para estar atentos a lo que hay en la mente, porque si prestamos atención a otras cosas no actuaremos como observadores del problema sino que estaremos centrado en otras cosas del mundo físico en vez de estar en el estado de conciencia del Yo. Es necesario comprender que el hecho de observar atentamente es tener la consciencia en lo observado, es decir, es abrir la puerta al Alma para que actúe sobre la personalidad y sus quehaceres pero sin involucrarse.
Naturalmente que, si tenemos que resolver un asunto, lo tenemos que hacer con nuestra voluntad y nuestra mente, pero no es lo mismo actuar como normalmente lo hacemos (por instinto, de forma automática o por costumbre) que hacerlo desde la posición de observador o conciencia donde está la buena voluntad y la paz interna. Esta práctica de “no hacer” y de observar atentamente nos lleva a descubrir progresivamente lo que verdaderamente somos, un ser libre de todos los problemas del mundo y de todo el sufrimiento que eso conlleva, y una persona cuya forma de vida es diferente de la mayoría de los que le rodean. Es más, cuando nos parece difícil estar en paz es bueno dejar todo y interiorizarse como observadores del cuerpo físico hasta que la paz del observador anule el problema de la personalidad. Esto es una manera de observar el hecho, de estar vivo (sentir la vida que habita en el cuerpo) de “Ser”, o de “estar sin hacer”, lo que nos lleva a no percibir el tiempo como tal y a una elevación del estado de conciencia.
No hay persona que no esté deseosa de liberarse del peso de muchas cosas de su vida o incluso de la vida misma, otros se conformarían con liberarse de la actividad mental incontrolada, de las emociones o de los deseos que les dominan pero, de una forma u otra, todos vamos dejando el esfuerzo para otro momento futuro. Cuando, como conciencia, estamos “fuera de este mundo” aun siendo de él, podemos observar todos esos cuerpos y aspectos internos de la personalidad como algo muy lejano (por no decir ajeno) a nosotros. Esa “observación atenta” como consciencia, por encima de la personalidad en cada segundo o momento presente, es lo que se convierte en paz, tranquilidad y silencio; solo es necesario que ese tumulto de emociones y pensamiento sean libres mientras se está en el silencio interno. La actividad y sufrimiento causado por la mente, las emociones y los deseos; la memoria del pasado o proyectos de futuro; la negatividad en todas sus formas, etc.,  son formas temporales y superficiales que terminan por desintegrarse. Es más, cualquier forma o sufrimiento que es acogido y observado como hemos dicho, se transforma en paz y en felicidad.
La aspiración interna del ser humano es que se acaben los conflictos internos duales y los problemas con el entorno y con el mundo incluso instintiva o inconscientemente. Estamos deseosos por regresar a nuestro hogar como Espíritus, deseosos de elevar nuestra conciencia, de acabar con la esclavitud de la mente, de los deseos y de todo lo que nos hace sufrir. Cuando actuamos desde el “recuerdo de sí”, desde la conciencia que actúa como observador que  no enjuicia ni critica, la mente se queda inactiva y surge la paz y la calma a la vez que el espacio-tiempo parece que se expande. Esta es la meta más próxima que el común de la humanidad puede alcanzar y que algunos llaman “iluminación”. Cuando no se está identificado con la mente ni con esa idea que de nosotros tenemos como personalidad pero se está totalmente consciente, podemos vivir por unos instantes en ese estado del Ser y sentirnos totalmente libres y vivos. Este nivel de conciencia no está fuera de nosotros ni hay que buscarlo por ahí, lo tenemos dentro y no es otra cosa que “eso que percibe y que observa” como conciencia en cada aquí y ahora.
Por consiguiente, se trata de permanecer atentos a ese punto de donde nace la percepción y la observación pero sin distraerse con el objeto que se percibe puesto que ese objeto o forma es temporal ydel mundo físico. Se puede vivir en el mundo pero si lo hacemos desde el estado de conciencia del Ser o Yo superior actuando, pensando y sintiendo desde ese estado iremos dejando paso a la conciencia para hacernos uno con ella a la vez que abandonamos  a la personalidad. La meta a alcanzar por el verdadero aspirante espiritual es separar la conciencia de los pensamientos para trabajar desde la conciencia de manera tal que los pensamientos y la mente ya no dirijan su vida. El hecho de conseguir que la mente esté al servicio de la conciencia trae consigo la disolución de la personalidad y de la idea que se tiene de sí mismo.
La mente, los pensamientos, las emociones, las normas, las costumbres, las opiniones, etc. son formas y pertenecen al mundo de la forma y de la personalidad, pero quien alcanza el nivel de conciencia del que hablamos, honra, respeta, cuida y vive en la forma sin identificarse con ella. Estas personas así elevadas disfrutan de la  verdadera naturaleza del Ser y actúan conscientemente según sus ideales y sus objetivos en la vida; ellos hablan al Alma de cada uno y no a la personalidad ni a la mente; no suelen dar información sino que intentan que nos alejemos de ella y de los hábitos (entre otras cosas) para que miremos dentro de cada uno; y intentan que estemos en el presente o ahora. Los mismo que el ruido mundano nos impulsa a buscar el aislamiento para vivir en la tranquilidad, así las negatividades que afectan a nuestros cuerpos sutiles creando emociones y pensamientos incontrolados y perjudiciales para el aspirante espiritual, nos impulsan a encontrar la paz y la felicidad interna; hecho que solo se consigue cuando actuamos como conciencia u observadores del aquí y ahora.


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